En los últimos años es frecuente oír hablar a «expertos», «gurús» o simples vendedores de la desaparición del papel, en muchas de sus actuales «formas». Desde los periódicos (estoy de acuerdo), a los contratos, pasando por las facturas, agendas, libros… Hasta el papel higiénico parece en peligro, vistas las tendencias de los cuartos de baño japoneses (no es broma).
En muchas ocasiones, las voces que claman por la desaparición de tan ubícuo soporte son parte interesada en la discusión: vendedores de lectores de libros electrónicos, de agendas electrónicas, ecologistas convencidos que quieren salvar los bosques (todos queremos salvar los bosques, el problema es tener una alternativa) o fabricantes de programas de gestión documental. Aunque estoy en la lista de «sospechosos», intentaré en este post reflexionar de la forma más objetiva posible, no sólo para provocar un poco de agitación entre mis lectores (si queda alguno en estos días de verano), sino como ejercicio de planificación empresarial: si es posible conocer las tendencias podré utilizarlas para diseñar estrategias (en realidad no aspiro a tanto, pero una visión general de la situación siempre es interesante).
Con esta discusión pasa como con tantas otras: la simplificación lleva al error. En este mundo acelerado en el que todos vivimos, parece que lo breve es siempre mejor que lo extenso. Los 140 caracteres de Twitter triunfan sobre las dos páginas de un buen post. Los titulares del periódico me bastan para saber qué está pasando. ¡Pues no, no es así! Simplificar es, con frecuencia, un error. Los detalles importan y, como en este blog mando yo (aunque lo pague con el abandono de mis lectores), voy a detenerme un poco y diseccionar el problema en partes. Porque cada «parte» tiene su vida propia, sus pros y sus contras, sus respuestas, diferentes.





